Nada te puede hacer más infeliz que rechazarte a ti misma.

Lo sé, porque lo he vivido. 

Mi despertar espiritual sucedió de repente, un día cualquiera, en un momento cualquiera. De forma súbita y sin buscarlo, tuve una regresión. En aquella época yo no creía en nada, en NADA. Ni muchísimo menos en mí misma.

De repente sentí como si desde el centro de mi frente algo se metiera hacia dentro, es muy difícil de explicar, pero pude percibir mi conciencia atravesando distintos cuerpos. Me reconocí en ellos. Supe, súbitamente, que el que ocupo no era el primer cuerpo con el que yo había caminado sobre la tierra. No tengo palabras para describir lo que sentí en aquel momento. Fue un gran impacto. No podía dejar de llorar.

Entendí que el dolor que yo estaba experimentando en ese momento de mi vida, era mucho más antiguo de lo que pensaba.

Todavía me emociono cuando pienso en aquellos días. Al principio no me atrevía a decirle a nadie lo que había sentido, porque ni yo misma me lo podía creer. Pero la cosa no se quedó ahí. Algo se abrió en aquel momento, y en los días siguientes fue cada vez a más. Cuando salía del trabajo llegaba a casa y me encerraba en una habitación yo sola, y meditaba durante horas. Nunca había meditado antes, nunca en esta vida. Pero recordé que ya sabía muchas cosas, y durante horas, cada día, permanecía en estado de trance, yo sola, recordando, sanando, regresando a mi SER.

Me resulta complicado explicar todo lo que sucedió en aquellos días. La magnitud de lo que significó para mí, todo lo que experimenté, la cantidad de cosas que comprendí. Todas mis creencias se tambaleaban. Años y años de educación occidental se escurrían entre mis dedos, se desmoronaban ante mis ojos. Recuerdo perfectamente lo difícil que se me hizo gestionar algo así: “ O soy esquizofrénica, o las tradiciones orientales que hablan de la reencarnación son reales”, pensé. Y en esa dicotomía me mantuve mucho tiempo, sin saber si había tenido acceso a una revelación o estaba perdiendo la cabeza.

Mi entorno siempre ha sido un entorno excéptico, tanto a nivel familiar como de relaciones sociales y personales. Yo sentía la necesidad de compartir lo que me estaba pasando, pero creo que las personas con las que lo hacía no sabían muy bien cómo reaccionar. Me creían, porque eran personas que me conocían bien, pero creo que lo que les contaba chocaba tanto con sus creencias que no sabían muy bien qué pensar o qué actitud adoptar.

Yo seguí durante meses, cada día, meditando durante horas. El tiempo se me pasaba volando cuando entraba en ese estado, estaba en éxtasis total. Tuve experiencias muy muy potentes en aquellos meses, quizás algún día encuentre la manera de expresarlas mediante la palabra.

Pero, por otro lado, sentía que no podía compartir con nadie lo que estaba experimentando. Lo viví en el silencio, en secreto, como lo había hecho ya siendo una niña. Una parte de mí rechazaba esas experiencias, las juzgaba, me decía que todo aquello no era real y deseaba ser “normal”.

Pero la vida no da puntada sin hilo. Y si pasas mucho tiempo mirando para otro lado, al final te estampas contra el muro que no querías ver.

Yo seguí viviendo con estas experiencias, más o menos intensas, más o menos frecuentes. Aprendí a desarrollar ciertas habilidades que descubrí que tenía, pero esa parte de mí siempre me la reservé. Hablaba de estos temas con muy poca gente, “mi locurita”, lo llamaba. Hoy sé que de locura tiene bien poco.

Años después estas experiencias volvieron como un tsunami, de una manera algo diferente. Fue tan intenso todo lo que viví que tuve que obligarme a tomar medidas, y entonces empecé a buscar de verdad. Me daba pánico asumir mis experiencias, que la Susana que yo “conocía” desapareciera, y que la “nueva Susana” no fuera aceptada y reconocida por las personas a las que yo más amaba. Así que buscaba que alguien externo a mí me “diera permiso” para ser quien era, que me convencieran de que era algo bueno, de que iba a seguir recibiendo amor si me mostraba tal y como era ante mi entorno.

He pataleado y me he resistido mucho y más. Me he negado a mí misma hasta el agotamiento, tratando de parecer “normal”, de pertenecer a la mayoría, de formar parte de algo, de ser reconocida, incluida, valorada… ES SENCILLAMENTE IMPOSIBLE CONSEGUIR ESTO CUANDO TÚ MISMA TE ESTÁS RECHAZANDO.

 

Esta parte de mí ha sido la que me ha llevado a la transformación total en todos los ámbitos de mi vida. En todos, sin excepción. Esta ha sido mi experiencia y mi verdad, para otras personas puede ser una muy diferente, pero la base sigue siendo exactamente la misma: si no asumes quien eres, si no asumes tu propia experiencia vital, si no te amas a ti misma… nunca podrás recibir de la vida todo lo que la vida te tiene preparado.

Quienes me amaban de verdad, me siguen amando. Quienes no, simplemente siguieron otros caminos. Nada puede provocarte mayor dolor que tu propio rechazo hacia ti misma, que tu propia negación. La fragmentación interna que eso genera sólo tú puedes deshacerla, sólo tú puedes llevar amor a todos tus rincones. Y sólo cuando lo hagas, podrás también aceptar a quienes te rodean y poder percibir y recibir el amor que te dan. Mientras no sea así, tu mente te estará contando historias que te separan de ti misma, que te impiden experimentar la realidad tal y como es.

Hoy, tengo el placer y la oportunidad de acompañar a otras mujeres en sus propios procesos de autodescubrimiento y transformación.

¡¡GRACIAS POR LLEGAR HASTA AQUÍ!!

 

¿Y tú, necesitas ayuda para amarte plenamente, para poder creer en ti misma y dejar salir con total libertad esa maravillosa y poderosa mujer que llevas dentro?

Únete a nuestra tribu